Por: Lara Darwish

Dicen que no existe una receta secreta para el éxito. Yo digo que sí la hay, y es simple: no te rindas.
Puede sonar más fácil decirlo que hacerlo, pero la verdad es que cuando deseas algo con tanta intensidad, la idea de rendirte se vuelve mucho más difícil y dolorosa que el acto mismo de perseverar.
Esa es mi historia.
Hace poco cerré un capítulo intenso de mi vida, y todavía me sorprendo como si mi mente no pudiera comprender del todo que ya crucé la linea final.
Al reflexionar sobre este camino, sus componentes y lo que me sostuvo mientras perseguía una meta que alguna vez pareció casi imposible en medio de una situación compleja, sé algo con certeza: no fue la suerte, ni la ley de atracción, ni una carta de manifestación lo que me trajo hasta aquí; ni siquiera mi inteligencia por sí sola.
Lo que me trajo aquí fue la determinación; una determinación cruda, implacable, impulsada por cada fracaso que alguna vez enfrenté la que se negó a dejarme rendir.
La cultura popular tiende a romantizar el éxito, haciéndolo parecer tan simple como hornear un pastel. O eres bueno en ello o no lo eres, pero si mides bien los ingredientes, quizás, solo quizás, logres sacar ese bizcocho esponjoso y perfecto del horno. Cuando la vida no resulta así, somos rápidos en sentirnos fracasados, como si los demás fueran simplemente más afortunados o naturalmente más talentosos que nosotros.
Pero aquí está la cruda verdad: el éxito es un proceso desordenado y doloroso, y muchos abandonan a mitad de camino porque no quieren ensuciarse con el barro. Cuando observo la historia de éxito de alguien, mi primer pensamiento no es solo admiración, sino también curiosidad: ¿qué tipo de dificultad tuvo que soportar para llegar ahí? ¿Qué tuvo que dejar atrás para lograrlo?
Porque el resultado puede brillar en la superficie, pero el proceso…el proceso es tan caótico como una batalla en el barro multiplicada por las semanas, meses o incluso años que toma llegar hasta allí.
Y sin embargo, bajo esa verdad incómoda, existe un equilibrio: todos somos capaces de alcanzar el éxito. Cada uno de nosotros lleva dentro la capacidad de levantarse por encima del caos, porque cuando la pasión se encuentra con la determinación, en un entorno libre de distracciones, nos volvemos imparables.
Si pudiera ponerlo en una fórmula sería:
Pasión + Determinación – Distracción = Imparables.
Al reflexionar sobre este camino, quiero enfocarme en las cosas que me sostuvieron durante todo el proceso.
Elegir una meta por la cual valga la pena luchar es una cosa; creer que puedes alcanzarla, es otra. Y cuando la duda aparece, porque lo hará, la disciplina constante y el sistema de apoyo correcto pueden marcar toda la diferencia. Al final, no se trata solo de alcanzar la meta, sino de quién nos convertimos en el proceso. Quizás al leer “disciplina constante” hayas pensado: sí, claro, suena idealista… La mayoría de nosotros probablemente sabemos que eso es lo que se necesita, pero seamos honestos: es difícil hacerlo.
Tuve la suerte de rodearme de personas que creían en mi capacidad para afrontar las dificultades y que constantemnete me lo recordaban. Esa creencia se convirtió en una fuerza invisible, una que me empujó hacia adelante cuando mi propio impulso flaqueaba. Porque, en el fondo, la disciplina constante es, en verdad, una elección personal. La decisión de hacer lo que debes hacer, disciplina, y hacerlo cuando se debe hacer, consistencia.
No es glamuroso, y rara vez es fácil. Es elegir continuar sin importar cómo te sientas o qué formas de alivio instantáneo intenten secuestrar tu atención y alejarte de tu propósito. Con el tiempo, esas decisiones valientes se transforman en algo más profundo que la motivación: se convierten en tu identidad. Dejas de negociar con tus dudas y comienzas a confiar en ti mismo y en el proceso, y si la meta es tan significativa para ti, la idea de rendirte se vuelve incluso más difícil que la misma lucha.
Aquel día, salí de la universidad con lágrimas de orgullo y dolor tras haber completado exitosamente mi disertación doctoral. Una avalancha de pensamientos atravesaba mi mente: los años, las noches sin dormir, las batallas internas y, sobre todo, las dudas que tuve que enfrentar, todas llevándome a ese momento único en la vida.
Él tomó mi mano y me miró con un orgullo silencioso, y fue una sensación que siempre atesoraré. En este instante, me di cuenta de que no se trata únicamente de la meta, sino de quién nos convertimos mientras la perseguimos, y de las almas que caminan a nuestro lado en cada ascenso y en cada caída, hasta cruzar la línea final.
